sábado, 4 de julio de 2009

Un vacío infinito




CRISTINA PÉREZ- STADELMANN
El Universal

Su muerte se llevó el color y el sabor. Ahora el silencio duele tanto que no desean que nadie más lo sienta así. Por eso, afirman, alzarán la voz hasta que se haga justicia

¿Cómo sanear el excesivo dolor? ¿Cómo entender que los hijos mueran en una guardería, donde se supone deben estar respaldados, guardados, cuidados? ¿Cómo continuar? ¿Hacia dónde? ¿Para qué? ¿Qué pasaría si de pronto una injusticia, sólo una, es repudiada por todos, no unos, no algunos, sino todos? ¿Cómo entender la vida sin Xiunelth, Andrés Alonso, Julio César y Emilia?, cada uno de tres años de edad.

Son sus padres: Martha y Manuel, Patricia y José Francisco, Julio César y María Estela, Abraham y Guadalupe, quienes intentan dar respuestas a algunas de estas preguntas antes de la marcha “Por nuestros niños y niñas contra la impunidad”, que partirá hoy a las 10 de la mañana del Instituto Mexicano del Seguro Social a la representación del estado de Sonora, en el Distrito Federal.

Emilia era la risa, los olores, los sabores


Abraham, padre de Emilia, quien falleció en la guardería ABC de Hermosillo, Sonora, asegura que ni el hombre a su entender más despreciable sobre la tierra, merecería sentir ni por un segundo el dolor ante la muerte de una hija. “Es un vacío sin fin. El día del incendio pasaron más de nueve horas sin saber dónde estaba Emilia. Si estaba viva o no”.

“Un padre, una madre no deberían de enterrar nunca a un hijo”, asegura a EL UNIVERSAL.

Para Abraham Fraijo Rascón, un obrero de 28 años de edad, Emilia era la risa, la carcajada, los colores, los sabores. Le decía “Changuita, porque al nacer era muy velluda”. A su hija la describe como una niña alegre, a la que le gustaba bailar, cantar. Dibujaba mucho. Prefería a Spiderman, a las brujas y los frijoles de su tío Nacho... y que le cantaran... la del moño colorao... la escuchaba todo el día.

“Nunca imaginé que una persona a la que conocí en un tiempo tan corto —sólo tres años— cambiara mi vida radicalmente como lo hizo ella. Ni Guadalupe, mi esposa, de la que estoy separado, ni mis padres, ni mis amigos, lograron que yo comprendiera algunos aspectos que solo Emilia me hizo entender. Ella dio a mi vida un sentido de responsabilidad del que antes yo carecía”.

Guadalupe, la madre de Emilia, no ha querido hablar con nadie, tampoco ver a nadie. Cuando sale a la calle lo hace sola. Dejó de trabajar y está recibiendo la ayuda de un tanatólogo. “Estamos separados, pero somos muy amigos. Ayer nos amanecimos hablando de nuestra Emilia”, narra Abraham quien agrega que si está vivo es para asegurarse que ninguna niña tenga que volver a pasar por lo que atravesó su hija.

“Las circunstancias de impunidad por las que atraviesa el país merecen que la sociedad no sólo observe el desarrollo de los acontecimientos como el ocurrido en la guardería ABC, sino que se convierta en parte activa y demandante de la solución definitiva”.

“Sé que a mi hija no le gustaría verme derrumbado, por eso sigo en pie de lucha hasta que este crimen quede resuelto y los culpables estén en la cárcel”.

A Xiunelth Emmanuel le quitaron el derecho de vivir

“Le robaron su futuro. Era un niño inteligente, perceptivo. Estoy seguro de que hubiera podido ser un excelente hombre, un buen mexicano. Era fácil hacerlo feliz: sólo requería de un carro de juguete. Le decía a su mamá que él no era un niño, que era más bien un carro...”

“Ahora, no logro estar en mi casa... escucho el silencio, el vacío de la ausencia de mi hijo. Sin embargo, el sufrimiento que siento no es lo importante, lo único que vale es el dolor ante aquello a lo que él tenía derecho: el derecho a vivir, que le fue robado por la negligencia y la corrupción de nuestros gobernantes. Los culpables merecen un castigo ejemplar”.

“Es una ironía que a la entrada de la guarderías tuvieran un pizarrón con fotografías que registraban un reconocimiento de un tiempo récord en evacuación, durante uno de los simulacros. Un reconocimiento a la ineptitud de los funcionarios culpables, los cuales deben ser inhabilitados en forma definitiva”.

“Siempre pensé que Xiunelth (ojos grandes en náhuatl) sería un hombre que aportaría algún cambio a México y que su labor sería reconocida. Era un niño muy perceptivo. Se ganaba a la gente prácticamente al instante. Gracias a Dios su cuerpo no presentó ninguna quemadura. Murió asfixiado”, concluye Manuel Rodríguez Anaya, de 30 años de edad, empleado de una tienda departamental, quien asegura que seguirá gritando justicia hasta que su voz sea escuchada; Martha Guadalupe, su esposa, va recomendando “no olvidar expresar a tiempo el cariño por nuestra familia”.

“Me mantengo fuerte por y para mi otro hijo, Edahí Octavio, de un año cuatro meses, que sobrevivió al incendio. La justicia vendrá cuando paguen los que estaban a cargo de la bodega de la Secretaría de Hacienda, así como aquellos a cargo de la seguridad de la guardería”.

“Lo que más le gustaba a Xiunelth es que yo le dijera... pedazo de bombón”, concluye Martha.

Andrés Alonso era mi único hijo; esto no es justo

“Siento dolor, frustración, impotencia, coraje ante tanta corrupción, por eso es que decidimos acudir ante la Suprema Corte para exigir justicia con un grito desesperado. Demandamos la atención médica y psicológica de por vida para las niñas y niños en tratamiento y sus familiares más cercanos”.

Patricia de 31 años de edad, maestra de educación física de primaria, dice que siempre le enseñó a su hijo a ser fuerte, “y lo fue a pesar de su corta edad”.

“Pasé 15 días encerrada en mi casa sin querer saber absolutamente nada, pero la muerte de mi hijo no será en vano. Daremos la lucha por los 48 niños que murieron entre ellos mi único hijo. Andrés Alonso me está dando fuerza para que su muerte se esclarezca y no vuelva a ocurrir nunca más algo así. La tragedia de Hermosillo no debe repetirse. Para nadie es un secreto que en los sucesos están involucrados altos personajes de la política estatal y federal, por lo que las autoridades competentes deben dar muestra de imparcialidad y justicia”.

“Yo le decía mi tesoro chico”, recuerda su padre José Francisco, quien lo describe como un pequeño al que le gustaba armar casas con megablocks, jugar a los carros, y disfrutaba de la enciclopedia del cuerpo humano.

“Hace poco él me dijo: “Papá me estoy haciendo grande... mis músculos y mis huesos están creciendo”, recuerda José Francisco con una voz apenas audible.

“Estoy muerto por dentro. Fui yo quien le enseñé a mi hijo que la vida no era sencilla, y siento que ahora es él quien me está dando la fortaleza que requerimos para continuar, ¿Hacia dónde? No lo sé, lo único que puedo asegurar es que Patricia y yo nos necesitamos para sobrellevar este dolor juntos”.

El día del padre sin Julio César

“El día del padre le escribí una carta diciéndole que tenía miedo de la vida sin él, y lo sigo teniendo; le decíamos Yeyé”.

“Cada mañana al abrir los ojos, pienso que iré a su cuarto y él estará ahí con su sonrisa para luego salir a la calle a jugar con el balón. ¡Era bueno con el balón! Siempre pensé que quizás sería un buen futbolista ¡Pintaba para eso!”, dice Julio César, papá también de Brandon (10 años) y de Alison Estefanía (4 años).

“No voy a quedarme quieto en mi casa llorando este terrible dolor”, agrega este hombre casado con María Estela, una pareja que labora en la trasportación de maquinaria pesada.

“Quiero gritarlo. Quiero exigir justicia. Me seco las lágrimas y lucho contra quien tenga que hacerlo hasta que se llegue al fondo, caiga quien caiga. Elevaré el nombre de Julio César; lucharé por su memoria: ese es mi motor”.

“Los familiares de los niños fallecidos estamos en duelo por este crimen y demandamos que todos los involucrados, los verdaderos responsables y no los chivos expiatorios, reciban el máximo castigo que establecen las leyes.

“Cada día que pasa es más honda y total la pena, mayor la necesidad física del cuerpo querido de mi hijo. La tragedia de Hermosillo no debe repetirse jamás”.






No hay comentarios: